Vivir la Realidad del Reino
Identificarnos con el Rey, nos transforma en adoradores.
Disfrutar una vida abundante es descubrir la realidad única y perfecta que todos anhelamos, esa es la realidad del Reino. Al hablar de la realidad del Reino nos referimos, como su enunciado lo indica, a algo bien real.
Pero ¿Cómo podemos estar seguros en medio de tanta confusión y problemas que enfrentamos día a día que hay una realidad de paz y generadora de esperanza?
Todo comienza y termina en la única realidad de vida, Dios (Isaías 40:12-31). Él no solo es el único creador de vida, sino que también en colaboración con el Hijo, el Rey, es el proveedor de fe (Hebreos 12:2), la confianza segura que nos permite desarrollarnos orientados hacia una esperanza de vida y que con la provisión de su Espíritu Santo (Gálatas 5:5) nos permite vivir una realidad diferente a todo lo que nos ofrece aquello que no se alinea con el Rey y su Reino.
Todo esto podemos afirmarlo por el ejemplo de otros que al identificarse con el Rey palparon una realidad de paz y esperanza (Hebreos 12:1)
La Palabra de Dios, el manual más seguro hacia una realidad de paz y esperanza nos habla del rey David, figura de un gran líder en sumisión al único Líder. Tal fue su identificación que la misma Palabra lo define como un hombre con el corazón de Dios (Hechos 13:22), y su obra se declara en la misma Palabra de Dios como conforme a la voluntad perfecta de Dios y enfocada en servicio (Hechos 13:36).
¿Cómo podríamos definir el legado y la vida de David?
Se identificó con Dios para servir a su propia generación, mostrándose comprometido con el mundo que lo rodeaba.
Su corazón estaba enfocado en mantenerse en la ley de Dios. Como humano no fue perfecto, fue malo en muchas ocasiones y homicida, pero por amor a Dios tenía la capacidad de rectificar: reconociendo su pecado, reconstruyendo su vida de sus errores hacia una vida de santidad y restaurando su vida espiritual y de comunión con el Padre. (Salmo 51)
Su búsqueda de intimidad con el Padre lo convirtió en un ejemplo de adorador y le permitió experimentar revelaciones directas del cielo. Su intimidad y revelación lo convirtió en un promotor en la renovación de la adoración de su tiempo.
Podemos hallar más ejemplos como el de David, pero lo interesante en David no es solo su tipo de figura representando al rey, sino también el modelo de intimidad y revelación que lo transformó en un gran adorador. Por eso no es raro que la misma Palabra resalte sus características de líder y adorador conforme al corazón de Dios.
Como rey, recordemos que el ungido descendió del linaje davídico y como adorador estoy seguro de que cuando el mismo Jesús le expresa a la mujer samaritana (Juan 4) que el ideal de adoración se encuentra en el corazón del adorador, sabía que ella conocía la historia y en ella podía encontrar en David el ejemplo de cómo un hombre puede tener el corazón de Dios.
Para vivir la realidad del reino en primer lugar necesitamos identificarnos con el Rey, sin que esto suceda no podremos tener intimidad o relación con el dador de vida y además no podremos hallar las revelaciones necesarias para vivir en abundancia.
Por esto la realidad del reino nos transforma, nos permite conocer las cosas buenas del Padre (Romanos: 12:1-2) y nos convierte en adoradores.
A esto se refería Jesús cuando reclamaba amar a Dios con todas nuestras fuerzas, es la determinación de identificarnos con el Reino y su Rey, desarrollar intimidad para conocerle y recibir revelación para las luchas del alma.
Desde la creación, en la etapa inicial y perfecta del plan de Dios (Génesis 1 y 2), la intimidad con el Creador y la revelación que provee ésta, dio comienzo a la adoración. Dios en su sabiduría nos revela en estos pasajes lo esencial que desea que sepamos respecto a la adoración, basado en esa intimidad perfecta que el impacto del pecado interrumpió y no tanto en las formas de adoración.
A partir de la caída (Génesis 3) aunque se establecen formas, lo esencial de la adoración se basa en: 1) la Relación, 2) la Gracia, 3) la Fe. Posteriormente Jesús, en el cumplimiento de la promesa (Génesis 3:15) y luego el Espíritu Santo (Juan 16: 7 - 11) en este tiempo actual del Espíritu, completarían nuestra preparación esencial para nuestra adoración en la actualidad y la eternidad.
Esta síntesis sencilla de cómo Dios en intimidad nos revela lo necesario para ser buenos adoradores, nos hace reflexionar en que las formas culticas no son lo primero, aunque tengan su importancia, pero la actitud del corazón es fundamental.
En conclusión: ¿Vale la pena procurar enfocarme no en mi realidad limitada, sino en la realidad del Reino? Por supuesto que sí, pues identificarnos con el Rey nos permite ser verdaderos adoradores. Jesús quien nos modeló y abrió el camino al reino nos dice que esta búsqueda añade todas las demás cosas (Mateo 6:33) y además adorar al Dios creador que ha creado todo para cumplir sus propósitos, nos revela en adoración que escogemos aquello de mejor marca:
“Trabajen, no por la comida que perece sino por la comida que permanece para vida eterna que el Hijo del Hombre les dará; porque en este, Dios el Padre ha puesto su sello”.
Juan 6:27 (RVA)